España es el país con mayor consumo de benzodiacepinas del mundo, esto es lo que se desprende del ultimo informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE). Las benzodiacepinas son un tipo de fármacos que influyen en la disminución de la excitación neuronal, por eso se emplean en distintas dosis como relajante muscular, hipnótico, ansiolítico o antiepiléptico.
De dicho informe se desprende que más de una cuarta parte de las personas mayores de 65 años toman este tipo de fármacos y en muchos casos durante más tiempo de lo recomendado. Los tratamientos con benzodiacepinas suelen tener una duración recomendada entre ocho y doce semanas, debido a la dependencia que generan y pese a esto, a menudo se cronifican.
Una de las principales causas radica en la educación de los profesionales sanitarios orientada a “tratar enfermedades” lo cual hace que muchas veces olviden que no existen “tratamientos de por vida”.
La literatura científica, a través de numerosos estudios, deja probado que el uso de psicofármacos está relacionado con mayores niveles de demencia, así como disminución de la agilidad física, redundando en caídas que a su vez suponen un factor de mortalidad.
Pero esto no repercute en una menor prescripción o en una mayor monitorización y seguimiento de las pautas farmacológicas, sino más bien lo contrario. Durante la pandemia su prescripción y uso se ha disparado. Esto no ha sido durante el primer año, donde las consecuencias de la pandemia aumentaron y agravaron problemas de salud mental debido a las restricciones más seberas, si bien hasta el último trimestre del año pasado ha aumentado el consumo que ya se encontraba disparado. Los datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) muestran que en 2021 se llegaron a alcanzar las 93 dosis diarias de ansiolíticos e hipnóticos por 1.000 habitantes, un 6% más que en 2019.
Los principales usuarios son las personas mayores de 65 años, los cuales suponen el 25% (algo mas 2,3 millones de personas. Como siempre la cuestión del genero queda muy marcada, siendo las mujeres las que más consumen. Este dato puede tener que ver con una mayor disposición a expresar los síntomas, así como a pedir ayuda profesional. No debemos olvidar que este grupo de población se encuentra más predispuesto a las alteraciones de los patrones del sueño, los estados de soledad por pérdida de la pareja y los fenómenos de ansiedad y tristeza, alteraciones para las cuales se prescriben dichos fármacos.
El abuso de psicofármacos es un problema de salud pública que se ha disparado durante la pandemia. El consumo de tranquilizantes en personas mayores era del 3,1% en 1993, creciendo hasta el 15,5% en 2003 y subiendo al 25% en 2017, según las sucesivas encuestas nacionales de salud.
¿Qué ha hecho que lleguemos a esta situación? Entre las múltiples causas se encuentra el aumento de la medicalización de la vida cotidiana. Problemas de salud ordinarios y cotidianos que antes pasaban desapercibidos ahora son considerados síntomas o patologías a ser tratadas.
Otro factor a tener en cuenta es la saturación de la atención primaria, así como la falta de profesionales de la salud mental en comparación con los países de nuestro entorno. También cabe destacar que dichos fármacos son demandados por los pacientes, especialmente las personas mayores que piden pastillas para dormir, para los nervios, para superar problemas, etcétera. Suponiendo un fiel reflejo de la incapacidad del sistema para ofrecer soluciones a problemas de salud mental, cuando el acceso a psicoterapia es complicado y la solución más rápida es la prescripción de medicación, la cual se alarga más de lo recomendado pudiendo llegar a cronificase.
Entonces ¿Se puede desengancharse de los psicofármacos? La respuesta es un rotundo sí. Pese a que dicha medicación genera adicción se puede salir. Simplemente es necesaria la supervisión médica de la medicación a la par que se ban rebajando las dosis paulatinamente cada siete o catorce días según las circunstancias. Así, una persona que toma pastillas para dormir, para los dolores y para los nervios, con el apoyo y supervisión adecuada en tres meses podría dormir bien, no quejarse de ningún dolor y controlar adecuadamente la ansiedad. Además, como ya se dijo antes las personas mayores que no toman este tipo de fármacos se encuentran más despejadas y ágiles por lo que se caen menos y se desenvuelven mejor en su día a día.
El problema es que esta reducción o eliminación no siempre es fácil, ya que necesita de la coordinación de todos los profesionales, el seguimiento, así como la voluntad de la persona para dejarlo. Además, las personas suelen llegar a este tipo de medicación en lo que se denomina “cascada farmacológica” que no es nada más y nada menos que al tomar un fármaco suele ser necesario ir añadiendo otros para ajustar y compensar los primeros. Por ejemplo, una persona que toma medicación para la tensión y tiene que tomar un medicamento para que no le haga daño en el estómago y a la vez otra para el colesterol… Y a su vez se van añadiendo medicamentos para dormir, para la ansiedad y estos interactúan entre sí y con el resto de medicación por lo que se van añadiendo y modificando tratamientos a lo largo del tiempo para lograr el ajuste.
Pese a todo lo indicado existen pocos datos que apoyen el uso simultaneo de farios fármacos psicoestimulantes, ya sean de distinta o de la misma clase, es una práctica ampliamente extendida que aumenta el riesgo de reacciones adversas a la par que encarece los tratamientos.
Por eso es importante incidir en que si llevas mucho tiempo tomando psicofármacos y deseas dejarlos es importante que sea muy gradualmente y en todo momento supervisado por el profesional que los ha prescrito o en su defecto el que realiza el seguimiento, minimizando así la aparición de efectos adversos.