Todos hemos visto el típico o la típica niña pequeña que intenta servirse un vaso de zumo o agua y acaba derramando todo por la mesa y el suelo.
Cuando un niño intenta algo nuevo, o se involucra, huele, derrama o rompe algo accidentalmente los padres estallan y se enfadan mucho. Como podemos darnos cuenta los niños están impulsados por la curiosidad insaciable de explorar su mundo y lo que pasa es que cuando lo exploran o se interesan y echan a perder algo o lo rompen, si los padres reaccionan gritando, castigando o golpeando el niño, este puede pensar “cada vez que intento algo nuevo, cada vez que intento algo diferente y cada vez que voy mas allá de mis límites y salgo de mi zona de comodidad, me regañan, me castigan, me mandan a mi cuarto, incluso me pueden golpear, y eso me hace sentir mal”.
Y muy pronto el niño desarrolla el sentimiento de “no puedo, no puedo, no puedo. Cada vez que intento algo diferente, me castigan, cada vez que algo me sale mal me regañan, cada vez que me equivoco me mandan a mi cuarto, no puedo”.
Otra situación también frecuente que muchas veces durante el juego resulta que se sienten tristes o enfadados cuando pierden o no han salido victoriosos como ellos pensaban.
El fracaso es una percepción subjetiva, que aparece como resultado de una experiencia que no resultó como deseábamos. Pero no obtener los resultados esperados no tiene por qué ser un fracaso. La vida es aprendizaje continuo y no hay aprendizaje sin error. Los errores son inherentes al aprendizaje, como los fracasos lo son a la vida.
Lo que pasa en la vida adulta es que este circuito a lo largo de los años genera una respuesta aprendida denominada temor al fracaso. Esta respuesta está condicionada a un proceso de crítica destructiva que ocurre en los primeros 5-6 años de vida.
El error nos permite aprender, nos va haciendo sabios poco a poco y nos ayuda a madurar emocional y psicológicamente. Los fracasos no son negativos en sí mismos; lo negativo es la forma de interpretar ese resultado fallido, y el miedo generado al mismo.
Es importante cambiar nuestra forma de ver el fracaso, elaborar representaciones mentales positivas y más realistas, generando así un estado emocional más positivo y liberándonos de los miedos que no nos permiten ser, que nos impiden desarrollarnos, hacernos sabios y avanzar en nuestro aprendizaje.
El temor al fracaso provoca emociones negativas que impiden a los niños y niñas ser ellos mismos. Así, el miedo se convierte en el mayor enemigo de su desarrollo y crecimiento sano y feliz.
El miedo a fracasar se produce porque los pequeños, basándose en experiencias previas, temen los resultados negativos y las consecuencias negativas. Claro que a nadie le gusta fracasar ni equivocarse, pero no debemos temer al fracaso, ya que ese temor solo será un impedimento para poder ser y hacer.