Todas y todos en algún momento de nuestras vidas hemos conocido la soledad. Hemos sentido la ausencia de alguien especial o hemos necesitado tener a alguien al lado que nos pudiera escuchar.
Podemos definir la soledad como ese sentimiento que aparece ante la necesidad de afecto, compañía y/o pertenencia a un grupo social.
Estar aislado y en constante soledad afecta negativamente la calidad de vida de las personas al ser privadas de vivir experiencias satisfactorias y motivadoras, pudiendo afectar el comportamiento normal del individuo. Los síntomas principales de la soledad son:
- Depresión o bajo estado de ánimo durante casi todo el día.
- Pérdida total del interés en actividades sociales, apatía.
- Sedentarismo y aumento de peso al realizar pocas actividades
- Insomnio (dificultad para conciliar el sueño) o hipersomnia (dificultad para despertar del sueño y estar excesivamente somnoliento una vez despierto)
- Tensión mental y ansiedad (agitación psicomotriz)
- Fatiga ante el mínimo esfuerzo
- Sentimientos de inutilidad o culpa excesiva
- Dificultad para lograr concentrarse o pensar en algo en específico
- Estado de indecisión ante cualquier situación
- Aparición de ideas autodestructivas
Existe un factor de cronicidad en la soledad que influye en la intensidad y el daño que puede causarnos. La soledad puede suponer un sentimiento pasajero, un sentimiento situacional o un sentimiento crónico.
La soledad situacional constituye un sentimiento de ausencia agudo, especialmente cuando va acompañada de alguna transición vital significativa, como estar solo durante el almuerzo en un nuevo trabajo, o mudarse a un lugar nuevo siguiendo a tu pareja puede generar sentimientos de abandonado cuando su pareja se marcha a trabajar y su pareja se queda desamparado en el nuevo lugar, sin conexiones ni vínculos. La soledad crónica, sin embargo, es el resultado de una soledad situacional constante que dura más de dos años.
La psicóloga Suzanne Degges-White en su artículo publicado en la revista “Psychology Today” indica que existen tres tipos de soledad y que aluden al tipo de conexión que sentimos con las demás personas y con nosotras mismas. En algunas ocasiones podemos estar plenamente rodeados de gente y aun así sentir que estamos solas, o viceversa, podemos no tener compañía y sentir cierto placer que no implica sentirnos solas. Así pues, distingue tres tipos de soledad:
Soledad existencial
Supone la más filosófica y abstracta de las tres, alude a la experiencia individual, única e íntima de la soledad desde una perspectiva existencial. Entendida como una parte ineludible de la vida, venimos solas al mundo y solas nos marchamos. Esta vivencia no necesariamente produce sentimientos desagradables y angustia existencial. Esta soledad puede fomentar la autoexploración, la reflexión y la autoconciencia, si bien la mayor parte de la gente suele ser reacia a experimentar esta emoción y trata de evitarla.
Los miedos existenciales, como el aislamiento, la muerte, la falta de sentido y la libertad, los experimentamos prácticamente todas en algún momento de nuestra vida. Reconocer el miedo y utilizarlo como motivación para vivir una vida más plena disfrutando del momento puede ayudarnos a centrarnos en el presente, permitiéndonos reconocer que vivimos en un mundo repleto de personas que luchan contra estos miedos del mismo modo que lo hacemos nosotras.
Soledad emocional
Surge de la falta de relaciones interpersonales satisfactorias y de apego con otras personas. Podemos experimentar esta emoción cuando necesitamos alguien con quien hablar sobre algo que está ocurriendo en nuestra vida y sentimos que no hay nadie disponible. También puede aparecer ante la pérdida de un ser querido, una relación, un cambio vital, etc.
La mejor forma de combatirla es establecer y mantener un sistema de apoyo amplio y saludable. Resulta muy complicado conseguir amistades instantáneas o encontrar al amor de tu vida de un día para otro, pero las posibilidades aumentan si nos acercamos a nuestro círculo de amigas y estamos dispuestas a ser nosotras las que sugiramos un plan o encuentro. Y es que la proactividad puede suponer un gran revulsivo contra la soledad, ya que el esfuerzo por acercarnos a las demás puede hacernos que empecemos a mejorar y nos sintamos menos solas. No necesita de grandes cosas, una conversación breve por teléfono o intercambiar un par de mensajes con una amiga puede hacernos sentir mucho mejor. hacerle saber a alguien que «necesitas hablar» puede abrir la puerta a un vínculo más profundo.
Soledad social
Aparece cuando nos vemos excluidas de un grupo social. Cuando un grupo de amigas se divide debido a distintos intereses, cuando acudes a un evento social y no conoces a nadie o cuando te apetece realizar un plan y sientes que no tienes con quien compartirlo son ejemplos de este tipo de soledad.
Ser excluido de un grupo puede resultar algo muy doloroso, incluso si ocurre de forma inintencionada. Una forma fácil de combatir la soledad social es lanzarse a buscar una nueva actividad o grupo.
Tal vez hayan abierto un nuevo gimnasio en el barrio, haya una clase de baile en el centro social, o exista un equipo de balonmano. Hacer voluntariado en un refugio para animales o en el banco de alimentos. En definitiva, cualquier cosa que te interese, puede aparecer y si todas las presentes en la sala son “nuevas”, puede resultarnos mucho más sencillo entablar conversaciones y nuevas amistades. Además, el hecho de saber que todas las personas presentes tienen un interés compartido puede suponer un buen punto de partida para entablar una amistad.
Nadie está a salvo de sentir soledad en algún momento de su vida. De ahí que tampoco haya que tenerle miedo o evitarla a toda costa. Al final, eres la única persona con la que vas a pasar el resto de tu vida, por lo que es importante desarrollar cierta capacidad para estar solas y a gusto, y así saber gestionar nuestras propias emociones, así como saber qué hacer y cómo actuar cuando dicha soledad nos resulte desagradable para hacer que la situación mejore.